A poco más de una década del V Centenario de su fundación, San Miguel de la Nueva Castilla ofrece un ejemplo extraordinario de esta voluntad pobladora, la mejor prueba del verdadero alcance de ese legado compartido iberoamericano.
Por Dirección de Comunicación. 14 agosto, 2021.Artículo escrito por el Dr. Fernando Vela Cossío. Catedrático de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid y profesor visitante de la UDEP.
Estos días, estamos celebrando los 489 años de la fundación de San Miguel de la Nueva Castilla, la primera que llevaron a término los conquistadores en el Perú y en el Pacífico Sur. Su primer emplazamiento, elegido en 1532 por Francisco Pizarro, fue bautizado como San Miguel de Tangarará, un sitio histórico que muchos autores han situado en el valle del Chira y que recibió el topónimo de la población indígena más cercana.
Distintas circunstancias obligaron su traslado a la comarca del Alto Piura, donde se levantó en 1534, por orden de Diego de Almagro (1475-1538), un segundo asentamiento, en lo que hoy conocemos como «Monte de los Padres». Las ruinas de este constituyen, sobre todo por su temprana cronología, uno de los sitios arqueológicos histórico-coloniales más importantes de Sudamérica: «Piura la Vieja» (La Matanza, Piura).
Este tiene cerca de 20 hectáreas de superficie, conserva una parte substancial de la estructura urbana de la primitiva ciudad colonial, de la que aún se puede distinguir el imponente espacio de su Plaza de Armas, de diez mil metros cuadrados; la organización de su red viaria original que, como los abundantes restos de edificaciones que se han conservado (la iglesia matriz, el convento de la Merced, las viviendas de los primeros vecinos pobladores, etc.…) datan de la primera mitad del siglo xvi, y la convierten en uno de los yacimientos arqueológicos de época virreinal más interesantes de la América española.
En 1998, por iniciativa del entonces rector de la Universidad de Piura, Antonio Mabres, y de Luis de Villanueva, catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), se inició la planificación de un ambicioso proyecto de investigación que, encuadrado en el Programa de Cooperación Científica con Iberoamérica, de la UPM, se desarrolló en colaboración con la UDEP. En este marco, se viene realizando el estudio integral —histórico, arqueológico, urbanístico y arquitectónico— de este singularísimo sitio arqueológico, un valioso elemento del Patrimonio Cultural que permite explicar el complejo proceso histórico que ha hecho posible el Perú mestizo de nuestros días.
En estos últimos 20 años, un equipo científico hispano-peruano ha realizado un avance significativo del estudio, con la decisiva ayuda de la Municipalidad de La Matanza (Morropón) y de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo; con la financiación de la Fundación Diálogos o la Fundación Diego de Sagredo; y el apoyo del Gobierno Regional de Piura. Todo ello, coordinado con el Instituto Nacional de Cultura (INC), luego, Ministerio de Cultura del Perú.
La historia de San Miguel de la Nueva Castilla se marca, como en otras urbes hispanoamericanas, por un complejo proceso de reubicaciones y traslados de su asentamiento durante el siglo XVI. De las dos primeras mencionadas, pasó luego a la bahía de Paita, como «San Francisco de la Buena Esperanza del puerto de Paita» (1578-1588); que recaló, definitivamente, en su actual ubicación, en el Chilcal del Tacalá, como «San Miguel del Villar» (1588).
La abundante documentación histórica, conservada en los archivos peruanos y españoles, nos ofrece interesantes noticias del papel determinante que las condiciones geográficas y las distintas circunstancias medioambientales tuvieron en este proceso, pues, desde su llegada, los conquistadores enfrentaron problemas derivados de su desconocimiento del territorio: dificultades para el aprovisionamiento de agua y de alimentos; problemas de comunicación; y, otros, debidos a las calamidades intermitentes generadas por las sequías y las lluvias torrenciales de la región.
Los restos materiales y los testimonios documentales conservados de «Piura la Vieja» constituyen un espacio privilegiado para la investigación arqueológica de una etapa temprana y crucial en la construcción de Hispanoamérica y en su incorporación a la historia misma del Mundo Moderno. Son también una oportunidad para conocer mejor las formas y métodos utilizados en la implantación y desarrollo, a gran escala, de una nueva cultura urbana de cuya magnitud se deduce la firme voluntad de permanencia de los españoles en el continente americano.
A poco más de una década del V Centenario de su fundación, San Miguel de la Nueva Castilla ofrece un ejemplo extraordinario de esta voluntad pobladora, la mejor prueba del verdadero alcance de ese legado compartido iberoamericano: la creación de un nuevo universo urbano, que se manifiesta en su dimensión formal; y se expresa, sobre todo, en su dimensión social, jurídica y cultural. En palabras de Manuel Lucena Giraldo, constituye la «expresión simultánea de la voluntad utópica del Renacimiento Europeo y de la realidad del Nuevo Mundo, hostil al encasillamiento e inventora de mestizajes».
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.